Cristóbal Colón (c. 1451-1506),
navegante y descubridor, tal vez de origen genovés, al servicio de la
Corona de Castilla, hombre polémico y misterioso, autodidacta y gran observador,
descubrió el Nuevo Mundo el 12 de octubre de 1492, fue el primer almirante,
virrey y gobernador de las Indias, enseñó a los hombres de mar de su tiempo
el camino a seguir para ir y volver del continente que habría de llamarse
América.
Tres embarcaciones,
Pinta,
Niña y
Santa María; con un presupuesto un de unos dos millones de maravedises; y
alrededor de 90 hombres, reclutados con la ayuda inestimable de los hermanos
Martín Alonso y
Vicente Yáñez Pinzón, formaron la flota descubridora más
trascendental de la historia.
El 2 de agosto de 1492, Cristóbal Colón mandó
embarcar a toda su gente, y al día siguiente, antes de salir el sol, dejaba el
puerto de Palos de la Frontera.
La
primera escala fueron las
islas Canarias, donde los expedicionarios tuvieron
que arreglar el timón de la Pinta. El 6 de septiembre, con los alisios ventando
a favor, Colón marcó rumbo al Oeste. Comenzaba la gran travesía. Su objetivo
era el Cipango, y advirtió a la tripulación que nadie se inquietase hasta haber
navegado 700 leguas. A partir de esa distancia, no habría que navegar por la
noche. Por si fallaba algo, sin embargo, decidió llevar dos cuentas sobre las
distancias recorridas: una secreta o verdadera (sólo para él), y otra pública o
falsa, en la que contaría de menos.
El 13 de septiembre descubrió la
declinación magnética de la Tierra, y el 16 llegaron al mar de los Sargazos. A
partir del 1 de octubre se percató de que algo no se correspondía con sus
cálculos. El día 6 ya habían sobrepasado las 800 leguas y no había indicios de
tierra. Durante la noche del 6 al 7 de octubre se produjo el primer motín entre
los marineros de la Santa María. Los hermanos Pinzón apoyaron a Colón y lo
sofocaron. Sin embargo, en la noche del 9 al 10 de octubre el malestar se
extendió a todos, incluidos los propios Pinzón. Acordaron navegar tres días más
y al cabo de ese tiempo si no encontraban tierra regresarían. No hizo falta: en
la madrugada del 11 al 12 de octubre el marinero
Rodrigo de Triana lanzó el
grito esperado: "¡tierra!".
Fragmento del
Diario de a bordo.
A las dos horas después de media
noche pareció la tierra, de la cual estarían dos leguas. Amaynaron todas las
velas, y quedaron con el treo, que es la vela grande, sin bonetas, y pusiéronse
a la corda, temporizando hasta el día viernes que llegaron a una isleta de los Lucayos,
que se llamaba en lengua de Indios Guanahani. Luego vieron gente desnuda, y el
Almirante salió a tierra en la barca armada y Martín Alonso Pinzón y Vicente
Yánez, su hermano, que era capitán de la Niña.
Sacó el Almirante la bandera
real, y los capitanes con dos banderas de la cruz verde, que llevaba el
Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una Y, encima de cada letra
su corona, una de un cabo de la + y otra de otro. Puesto en tierra vieron
árboles muy verdes, y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El Almirante
llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de
Escobedo, escribano de toda la armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo
que le diesen por fe y testimonio como él por ante todos tomaba, como de hecho
tomó, posesión de la dicha Isla por el Rey y por la Reina sus señores, haciendo
las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los
testimonios que allí se hicieron por escrito. Luego se juntó allí mucha gente
de la Isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante en su libro
de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias: «Yo, dice él, porque
nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y
convertiría a Nuestra Santa Fe con Amor que no por fuerza, les di a algunos de
ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al
pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer y
quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las
barcas de los navíos a donde nos estábamos, nadando y nos traían papagayos y
hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban
por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles.
En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad, mas me
pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su
madre los parió, y también las mujeres, aunque no vide más de una harto moza, y
todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de 30
años, muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos
gruesos casi como sedas de cola de caballos y cortos. Los cabellos traen por
encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás
cortan. De ellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios,
ni negros ni blancos, y de ellos se pintan de blanco, y dellos de colorado, y
de ellos de lo que hallan; y se pintan las claras, y de llos todo el cuerpo, y
de ellos solos los ojos, y de ellos sólo la nariz. Ellos no traen armas ni las
conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo, y se cortaban con
ignorancia. No tienen algún hierro: sus azagayas son unas varas sin hierro, y
algunas de ellos tienen al cabo un diente de pece, y otras de otras cosas.
Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien
hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hize
señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras
islas que estaban cerca y los querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo
que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos
servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les
decía. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que ninguna
secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi
partida seis a Vuestra Alteza para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de
ninguna manera vi, salvo papagayos en esta Isla.» Todas son palabras del
Almirante.
Fuente: Colón, Cristóbal. Diario
de a bordo. En “Crónicas de América”. Tomo 9. Edición de Luis Arranz. Madrid:
Historia 16, 1985.